Dorian
Sonreí con satisfacción mientras observaba toda la mercancía acomodada en su lugar. Mamá estaba de pie, con los brazos en alto, gritando al cielo como si celebrara un triunfo.
—¡Lo logramos, hijo! ¡Por fin pudimos hacer lo que quisiste! —exclamó, radiante.
—Sí —respondí con una sonrisa leve.
— Todo está en la embarcación. Lo que queda aquí irá directo al refugio.
—Me agrada saber que hiciste un buen trabajo.— Repliqué tratando de no sonar cansado.— Debo irme.
—Iré contigo… quiero conocer a esa mujer.
—Haz lo que quieras, mamá, pero estás advertida. No quiero que le hables mal ni que le digas estupideces, ¿me oyes? Eso no lo permitiré.
—Ay, tranquilo, hijo. A pesar de lo que hiciste con mi ahijada, te lo dejaré pasar.
—Ya te lo dije: lo de ella fue solo un revolcón y nada más. ¿Por qué sigues en lo mismo?
—Bien. Haré lo que tu digas. ¿Porque estas sudoroso?
—No te preocupes por mí, solo estoy cansado… —replicó, restándole importancia
—Pero oye, ¿qué tienes?
—Nada, mamá. Son cosa