La pregunta flotó en el aire, cargada con la intensidad de la noche anterior. Esperaba una respuesta que sellara mi destino, tal vez una declaración más profunda sobre el triángulo que acabábamos de establecer, pero los Romanotti no eran hombres de rodeos ni de cursilerías.
Fue Félix quien cortó el momento, con su voz volviendo a ese tono de autoridad fría que siempre me ponía los nervios de punta.
—Ahora volvemos al trabajo, preciosa —dijo, levantándose con una elegancia letal—. Lo que pasó anoche no es un final, es un punto de partida. La prioridad sigue siendo averiguar quién es el traidor, el que mandó esos mensajes sobre nosotros, y protegerte.
Luca se levantó también, su sonrisa pícara se transformó en una expresión de concentración implacable. El cambio era tan abrupto que me hizo sentir como si hubiera cambiado de canal.
—Es un buen momento para que te acostumbres a esto, ángel —explicó Luca, ajustándose los puños de su camisa—. La vida con nosotros son veinticuatro horas de p