El peso de Félix sobre mí se sentía como una marca recién grabada: caliente, posesivo, definitiva, pero antes de que mi cuerpo tuviera tiempo de asimilar la realidad de lo que acababa de suceder, la promesa de Luca me reclamó.
Él se movió con la rapidez del fuego que era. Félix rodó a mi lado, permitiendo que el gemelo menor ocupara el espacio. Luca no perdió ni un instante en el preámbulo. Su boca se dirigió a mi cuello, mordisqueando el punto sensible con una intensidad que me hizo gemir, mientras su mano se guiaba directamente a la humedad que Félix había dejado atrás.
—Maldita sea, tesoro —gruñó Luca contra mi piel—. Te ves tan bien arruinada.
Su toque era eléctrico. Luca no acarició, no torturó con lentitud; su objetivo era el caos. Sus dedos abrieron el camino con una decisión que me hizo jadear. Me preparó para él con una rapidez impaciente, y yo no tuve la fuerza de protestar. Mi cuerpo, traidor y hambriento, solo suplicaba por más.
Cuando me sentí lista, cuando el temblor de l