Tenía que hablar con él, ya no podía seguir guardando el secreto sobre su salud. Pero antes, debía concentrarse en los asuntos de la empresa.
Los días pasaban y la angustia comenzaba a apoderarse tanto de Alexander como de Anne. Cada uno guardaba un secreto que, sin saberlo, era el mismo. Él no sabía cómo abordar el tema; sentía que debía ser en un momento de intimidad. Le temía a la reacción de Anne. Sabía que a ella no le gustaban los secretos.
Tenía que hablar, y tenía que hacerlo ya. Lo haría por la noche, cuando estuvieran en la cama, solos y sin oídos que pudieran escuchar sus conversaciones.
Anne, por su parte, lidiaba ese día con algunas molestias propias de la enfermedad, además de los correos anónimos de Lane, que, aunque no llevaban remitente, ella sabía que eran suyos. Y como si eso no fuera suficiente, estaba el problema del desvío de capital que había hecho Edward.
Las preocupaciones eran muchas. Buscaba datos, trabajaba, pero la relación con Alexander marchaba bien. La