pactos

Lane caminaba con torpeza por los pasillos del hotel, su respiración entrecortada por la rabia y la humillación. Las lágrimas no corrían aún por sus mejillas, pero estaban a punto. Se sentía traicionada, acorralada, como una niña a la que le habían arrebatado el único juguete que quería.

Había caído en la trampa. Alexander la había utilizado, y Anne… Anne la había abofeteado delante de él. Aquella imagen se repetía una y otra vez en su mente como una herida abierta que no dejaba de sangrar.

Empujó la puerta de la suite sin tocar, sin pensar, sin cuidado. Margaret estaba sentada en uno de los sofás, con una copa de vino tinto en la mano, como si todo estuviera bajo control.

—Veo que el plan no salió como esperabas —comentó la mujer, sin necesidad de girarse. Su tono era tranquilo, casi irónico.

Lane se dejó caer en el sillón frente a ella, vencida. Se cubrió el rostro con las manos y dejó escapar un suspiro tembloroso.

—Me enfrentaron… Anne salió del baño. ¡Alexander lo sabía todo! Me
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