A la mañana siguiente, Chiara amaneció entre los brazos de ese hombre que la volvía loca. La noche había sido mágica. No esperaron hasta la boda, fue antes, pero eso no importaba. Ese hombre de espalda fuerte y brazos firmes dormía profundamente. Para ella, la noche fue hermosa.
Adriano se movió en la cama y despertó, encontrándose con la mirada fija de Chiara, que sonreía dulcemente. Ella irradiaba felicidad.
—Creo que morí y estoy en el cielo... porque estoy mirando a un bello ángel —dijo él, acercándose para besarla. Chiara respondió el beso.
—No te moriste, y yo no soy un ángel. Soy una mujer enamorada del hombre que sé que nunca me fallará —respondió ella, acurrucándose en sus brazos—. Me encantaría poder estar aquí, entre tus brazos, te amo.
Adriano le devolvió otro beso.
—Adriano... ¿qué pensará tu madre de que dormimos en la misma habitación? —preguntó ella, con algo de vergüenza. A pesar de ser liberal, seguía cargando con las tradiciones sicilianas.
—No te preocupes, mi madr