Regreso de la tumba.
Eleanor bajó lentamente las escaleras de mármol de la mansión Delacroix. Cada paso resonaba como una declaración. El silencio de la casa no era vacío, era controlado. Había sido una mujer acostumbrada al orden, a la elegancia, a que todo ocurriera según su voluntad. Pero esa mañana, el silencio tenía otro matiz. Algo se había quebrado, aunque fuera apenas perceptible.
En el comedor, ya le esperaban el desayuno, el periódico, y Verónica, su asistente personal, de pie junto a la puerta, con el rostro tenso.
—Dímelo ya —ordenó Eleanor, sentándose con toda la calma de quien está acostumbrada a dar la última palabra.
Verónica tragó saliva.
—Llegó la confirmación oficial. El juez firmó la autorización. La exhumación se realizará el próximo lunes en la mañana. El laboratorio designado por la parte contraria ya fue acreditado por el juzgado. Será supervisado por un perito judicial. No hay marcha atrás.
Eleanor dejó la taza de café a medio camino. No parpadeó. No gritó. Pero la forma en que en