Ojo por ojo (2da. Parte)
Al día siguiente
Bagdad
Sara
Grité hasta que me dolieron las cuerdas vocales. Pateé el aire de la habitación con los puños cerrados y supliqué con la voz destrozada: todo servía si protegía a mi bebé. Jamás permitiría que lo arrancaran de mí como si fuera un estorbo; él no era vergüenza, era una vida que latía por sí misma, fruto de amor entre Yassir y yo, entonces lo defendería con uñas y dientes.
Sin embargo, nada era fácil. A mi lado, Huda me apretaba la mano; sus dedos temblaban y su mirada se llenaba de culpa. El doctor Karim permanecía de pie, la bata impecable, la expresión profesional rígida desde que había pronunciado el veredicto: «está embarazada». Mi abuela Nawal me miraba como si yo fuera un objeto roto que había que desechar.
—Sara, ya pasé por este camino una vez —dijo Nawal con voz dura como piedra—. Dos no lo permitiré. Se hará mi voluntad y no podrás negarte.
La frase cayó sobre mí como una sentencia. La respiración se me cortó. Busqué en sus ojos una grieta de pieda