Ocho años después
Londres
Yassir
El nacimiento de nuestro pequeño Asad trajo una felicidad que no sabía que podía existir. Risas, noches sin dormir, pañales que parecían multiplicarse solos y un amor tan grande que dolía en el pecho. Pero también… había miedo.
Sí, tenía miedo. No quería repetir los errores de mi padre. No quería ser un tirano ni un hombre al que mi hijo temiera mirar a los ojos. Quería criarlo con amor, paciencia y fe. Que confiara en mí, que me buscara cuando el mundo se volviera demasiado ruidoso.
Cada día era una aventura: el primer bostezo, la primera risa, la primera noche en que dormimos solo dos horas seguidas. Y entre tanta ternura y cansancio, me sorprendía lo frágil que podía ser la felicidad… y lo fácil que era dudar.
Una tarde, intentaba calmar a Asad, caminando de un lado a otro con él en brazos, murmurando versos del Corán, buscando en mi voz la calma que yo mismo no tenía.
—Bismillah ir-Rahman ir-Rahim… —susurraba, acariciando su pequeña espalda. Pero A