El aroma de la leña quemada y el calor del hogar eran un bálsamo para el alma de Christina. Después de días caminando en el frío helado, la cabaña de la mujer era un paraíso. Christina se sentó en un banco de madera junto a la fogata, sintiendo cómo el calor de las llamas derretía el hielo de sus huesos. A su lado, Kael se había quedado dormido, su cansancio era tan profundo que ni el crepitar de la leña lo despertaba. La mujer, de cabello plateado y rostro amable, movía ollas y cacerolas, haciendo sonar un suave silbido que se perdía en el crepitar del fuego. Christina la observó con una sensación de profunda calma. Sus ojos sabios y su sonrisa tranquila la hacían sentir segura.

La mujer se acercó a la fogata y le sirvió a Christina un plato de sopa caliente. El vapor se elevaba, y el aroma a carne y verduras le hizo gruñir el estómago. Christina se sentó en la mesa, su mirada fija en el plato, pero su mente se encontraba en un estado de paz. La mujer, con una amabilidad que le record