El sol de la mañana se levantó, no sobre un campo de batalla, sino sobre el despertar de un reino. Las lágrimas de dolor y las espadas oxidadas se habían transformado en el brillo de un nuevo amanecer, y el silencio de la noche anterior había sido reemplazado por un estruendo de júbilo que subía hasta las nubes. La gente, que había luchado con el coraje de los dioses, ahora se unía en un abrazo colectivo de triunfo y esperanza. Eran granjeros, cazadores, mujeres y ancianos, que se habían unido en su triunfo. Un canto de victoria, improvisado y sincero, se levantó en el aire, y sus voces, que antes solo conocían los susurros y el lamento, resonaban con la fuerza de un himno.
Wolf y Christina caminaban en medio de la multitud. Sus manos seguían unidas, entrelazadas, con una fuerza que no necesitaba palabras para ser entendida. Él ya no era solo un guerrero, un rey en el exilio, un hombre que vivía en las sombras. Era un faro de luz para su pueblo, un símbolo de la victoria que habían gan