La noche, que había presenciado el reencuentro de dos almas perdidas, ahora se preparaba para ser el escenario de la batalla definitiva. En la colina de la victoria, la gente de Wolf, que había sido una masa de individuos, ahora era una familia. El sonido de los martillos y las hachas que habían construido un puente se había convertido en el rugido de la lealtad. Las antorchas, que habían sido su única luz, ahora eran un faro de esperanza que brillaba en la oscuridad.

Wolf y Christina estaban juntos, sus manos entrelazadas. Él miraba a su pueblo, la gente que había estado en las sombras, pero que ahora se había levantado para luchar por él. Ella miraba a su rey, el hombre que no era un rey por la fuerza, sino por la lealtad de su corazón.

En el valle, el ejército de Haldor se movía como un solo cuerpo. Sus armaduras brillaban con una luz fría y mortal. Eran una máquina de guerra, una fuerza que se había ganado por la sangre y la muerte. Haldor, que había sido un hombre de poder, ahora