El ambiente en el salón estaba cargado de esa energía que antecede a los grandes anuncios. Las luces, cálidas y suaves, iluminaban las mesas y realzaban los dorados de la decoración. El aroma dulce y fresco de las flores impregnaba el aire, combinado con el tenue olor de las velas aromáticas que chisporroteaban en los rincones.
El video de presentación había terminado hacía apenas unos minutos, y los invitados todavía comentaban entre ellos, sonriendo y levantando copas. El cuarteto de cuerdas retomó una melodía ligera, pero sus notas parecían flotar a la espera de algo más.
En el escenario principal, Tiago permanecía de pie junto al maestro de ceremonias. El micrófono descansaba en su mano derecha. Podía sentir la frialdad metálica del soporte, el peso familiar del anillo en el bolsillo interior de su saco, y el calor de las luces enfocadas en su rostro.
Respiró hondo y miró la sala. No era solo un mar de rostros; era el resumen de años de trabajo, de alianzas, de decisiones. Y, entr