La ciudad se sumía en un silencio cómodo mientras la noche avanzaba lenta, arropando con su calma los grandes ventanales del apartamento de Tiago. Desde el piso alto donde vivía, las luces de los edificios titilaban como estrellas que competían con el cielo. Dentro del lugar, el ambiente era cálido, íntimo.
Jimena dormía profundamente con la cabeza sobre su pecho, los dedos entrelazados con los de él, y su respiración suave lo acariciaba como una melodía conocida. Tiago no podía dormir. Tenía el corazón revuelto y la mente inquieta. La miraba en la penumbra con ternura infinita, memorizando cada trazo de su rostro dormido, preguntándose si algún día ella recordaría todo.
Porque Jimena no sabía quién era él realmente.
Tiago la conocía desde que eran niños. Desde mucho antes que ella supiera quién era él ahora, el hombre de éxito, el genio emprendedor que había formado un imperio propio. Ella no sabía que antes había sido ese chico delgado, de gafas gruesas y cabello un poco largo que