Jimena se incorporó con delicadeza, como si su cuerpo aún temiera romper el instante. Su respiración se había vuelto más pausada, pero no por eso menos profunda. Su pecho subía y bajaba con una cadencia sensual que no escapó a los ojos de Tiago. Su cuerpo, aún tembloroso por la intensidad de lo que acababa de experimentar, se mantenía sobre él unos segundos más, como si su piel necesitara memorizar el calor del otro.
Tiago le acarició suavemente la espalda con los dedos. Un roce delicado, pero cargado de intención.
—Gracias —dijo en voz baja, tan cerca de su oído que la vibración le hizo cerrar los ojos—. Gracias por venir… por preocuparte por mí.
Jimena no respondió. No porque no quisiera, sino porque sentía que cualquier palabra que saliera de su boca delataría lo que su cuerpo ya había gritado. Se mordió el labio inferior, aún sin atreverse a mirarlo a los ojos, mientras bajaba de su regazo con lentitud.
Tiago la siguió con la mirada, sin detenerla, sin insistir. Pero cuando Jimena