La mañana entró con su luz fría y limpia, deslizándose por los ventanales de la empresa como una caricia distante. En contraste, en la oficina, Jimena y Tiago se esforzaban por mantener un muro de hielo entre ellos, una barrera invisible que los hacía actuar con la frialdad de dos profesionales estrictos. Como si nada hubiera pasado la noche anterior. Como si la pasión que los había devorado no hubiera existido nunca.
Los pasos de ambos resonaban suaves pero determinados sobre el mármol pulido del pasillo principal. En cada encuentro fortuito, evitaban la mirada del otro con una precisión casi ensayada. Parecían dos desconocidos atrapados en una danza silenciosa, un duelo de voluntades.
Los pasillos de la empresa estaban llenos de murmullos apenas contenidos. Las secretarias fingían revisar documentos, los asistentes cruzaban miradas cómplices, y algunos empleados más cercanos, que ya habían percibido las tensiones previas entre ellos, no podían evitar seguirlos con la mirada. Algo vi