El aroma del café recién colado se expandía por el elegante apartamento, mezclándose con el sutil perfume de Jimena, que parecía más intenso en el aire quieto. La taza humeante entre sus manos le temblaba apenas mientras fingía observar el cuadro minimalista colgado frente a la barra. A su lado, Tiago servía huevos revueltos con una destreza que desentonaba con la provocadora imagen de su cuerpo vestido solo por unos bóxers oscuros y una sonrisa peligrosa.
—No deberías estar cocinando así —dijo ella con tono seco, sin mirarlo directamente.
—¿Así cómo? ¿Sin camisa? —respondió él sin voltear, con esa voz rasposa de recién despertado que a Jimena se le colaba por la piel como corriente eléctrica.
Ella no respondió. Dio un sorbo a su café para distraerse, pero el amargor le recordó lo amargo de su silencio.
Tiago colocó el plato frente a ella con gesto atento, luego se sentó a su lado con otra taza en mano. El silencio entre ellos estaba cargado. No era incómodo… era expectante, como si e