El segundo día sin Tiago comenzó igual que el anterior: con el silencio masticando las paredes del despacho de Catalina y el reloj avanzando como si no tuviera prisa.
Jimena intentó concentrarse en los informes que tenía frente a ella, pero sus ojos no dejaban de buscar, casi de forma involuntaria, ese nombre en su lista de correo o en las puertas del pasillo.
Nada. Ni una palabra de Tiago. Ni una señal de su existencia.
Las horas pasaban y ese espacio vacío se agrandaba dentro de ella como una herida mal cerrada.
Diana, como siempre, entró con su andar ágil y sus papeles bajo el brazo.
—¿Alguna novedad del señor Ríos? —preguntó Jimena sin siquiera mirarla, fingiendo desinterés mientras hojeaba un documento.
Diana tragó saliva.
Había notado cómo su jefa buscaba con la mirada a Tiago desde que él había desaparecido, y aunque dudó por un momento en decirle la verdad —que Tiago simplemente se había tomado esos días para molestarla a ella—, optó por otra respuesta, una que tal vez calmara