La mañana del viernes comenzó como cualquier otra… al menos, hasta que sonó el teléfono de Jimena.
Estaba en su despacho, revisando el itinerario del viaje con la frialdad meticulosa que la caracterizaba, cuando el móvil personal vibró.
Diana.
Jimena respondió de inmediato.
—¿Sí?
—Jimena… necesito hablar contigo —la voz de su asistente sonaba nerviosa, acelerada—. Surgió un problema con mi hermana. Está en urgencias y no tengo con quién dejar a los niños. No podré acompañarte al viaje.
Jimena se quedó en silencio, mordiéndose el interior del labio.
—¿Estás segura?
—Completamente. Lo siento muchísimo. Todo está listo, la reserva, el material… Pero no podré ir.
—Está bien —respondió Jimena, cerrando los ojos—. Ve con tu familia. Yo me encargo.
Colgó sin más.
El plan perfecto para alejarse, ahora comenzaba a deshacerse.
Suspiró hondo y salió de la oficina para dirigirse a la sala de reuniones. Allí ya estaban varios jefes de área y personal técnico, discutiendo detalles del software con