CAPÍTULO 47

ASTRID

La habitación de Ronan estaba en penumbra, como a mí me gustaba. La luna entraba por las cortinas pesadas, dibujando líneas suaves sobre la alfombra oscura. El aire olía a su esencia… almizcle, bosque y un dejo de tormenta. Me envolví en ese aroma con cada respiración.

Había usado el perfume que él me regaló. Me puse el vestido de dormir más atrevido que tenía —una tela de seda ligera, negra, con encaje que apenas rozaba mi piel y no dejaba mucho a la imaginación—. Quería que esta noche fuera solo nuestra. Que, por un instante, todo lo demás desapareciera: Naia, y la pérdida de Lucian.

Quería que la distancia entre ambos terminara.

Solo él y yo.

Me senté en el borde de la cama, las piernas cruzadas, el corazón latiendo fuerte. Cada ruido del pasillo me hacía contener la respiración. Y entonces, finalmente, la puerta se abrió.

La luz se encendió.

Y ahí estaba él.

Ronan.

Su figura llenó el marco de la puerta. Llevaba la camisa medio abierta, la mandíbula tensa, el cabello despe
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