RONANEl humo lo cubrió todo.Espeso, denso, maldito. Como una sombra viva que se aferraba a mis sentidos, nublándome la vista, la nariz, el alma.Lucian.Ya no escuchaba su voz.El eco de su grito se apagó como una vela en la tormenta, y eso me arrancó el aliento más brutal que jamás he sentido.Intenté avanzar entre la neblina, me lancé con garras abiertas, colmillos al aire, pero era como correr dentro de una pesadilla. Cada paso me alejaba más de él. Cada zancada era inútil.Cuando la nube se disipó, cuando el viento por fin arrastró el humo hacia lo alto de los árboles, supe la verdad.No estaban.Lucian ya no estaba.Me quedé quieto, mi lobo jadeando, mis patas clavadas en la tierra como si pudiera hundirme en ella y desaparecer. Lo había perdido.Mi hijo.Sentí la rabia nacer en mi pecho, como fuego líquido. Sabía dónde lo habían llevado.Sabía quién había ordenado esto.Naia.No me importó si había más enemigos cerca. Me lancé a correr, como un rayo de oscuridad entre los árb
ASTRIDGolpeo el tronco una vez más.Mis nudillos están enrojecidos, pero no me importa. El aire fresco del bosque arde en mis pulmones, y el sudor me empapa la espalda.No hay sonido, salvo el jadeo de mi respiración y el golpeteo de mis puños contra la madera.Una semana.Siete días sin Ronan.Compartimos techo… pero no palabras. Dos extraños en la misma casa. Dos alfas distantes, rotos, tragándose el dolor a solas.Rambo me dijo que él y Livia buscan un modo de romper la protección del reino del agua y buscar a Lucian. Pero ¿por qué con ella? “Si hubiera corrido más rápido… si hubiera sentido el humo antes… si hubiera escuchado mejor…”Golpeo el tronco de nuevo.—¡Astrid! —una voz fresca interrumpe mis pensamientos.Me giro, con el corazón aún encendido por la rabia contenida.Freya se aproxima entre los árboles. Desde nuestra última conversación, hemos creado una conexión silenciosa.—Eunice dice que Catrina va a contar una de sus historias hoy —dice Freya, sonriendo con suavidad
ASTRID La habitación de Ronan estaba en penumbra, como a mí me gustaba. La luna entraba por las cortinas pesadas, dibujando líneas suaves sobre la alfombra oscura. El aire olía a su esencia… almizcle, bosque y un dejo de tormenta. Me envolví en ese aroma con cada respiración.Había usado el perfume que él me regaló. Me puse el vestido de dormir más atrevido que tenía —una tela de seda ligera, negra, con encaje que apenas rozaba mi piel y no dejaba mucho a la imaginación—. Quería que esta noche fuera solo nuestra. Que, por un instante, todo lo demás desapareciera: Naia, y la pérdida de Lucian.Quería que la distancia entre ambos terminara. Solo él y yo.Me senté en el borde de la cama, las piernas cruzadas, el corazón latiendo fuerte. Cada ruido del pasillo me hacía contener la respiración. Y entonces, finalmente, la puerta se abrió.La luz se encendió.Y ahí estaba él.Ronan.Su figura llenó el marco de la puerta. Llevaba la camisa medio abierta, la mandíbula tensa, el cabello despe
“No hay embarazo. Fue solo una falsa señal.”Sus palabras todavía resonaban en mi cabeza como un eco cruel.Había sido una mentira. Mi esperanza, mi fe ciega en que por fin estaba embarazada, que al fin cumpliría mi propósito como Luna del Reino del Viento… todo se había desmoronado en cuestión de segundos.Caminé sin rumbo fijo, mis pasos guiándome de regreso al castillo, pero mi mente perdida en el vacío. En el camino, pasé junto a un grupo de niños betas, ojos color verde; jugando con una pelota de cuero. Los lobos eran clasificados según el color de sus ojos, una jerarquía impuesta por la misma naturaleza. Los alfas, de ojos celestes, nacían para liderar. Los betas, con ojos verdes, eran su base, su ejército, su fortaleza. Y los omegas… los más frágiles de la manada, los más dependientes, los que vivían en los márgenes, de ojos amarillos.Y yo, Astrid, nacida con los ojos más azules que el cielo, la Luna me había elegido para estar al lado de Magnus. Había aceptado mi destino si
El cansancio pesaba sobre mis huesos como una maldición silenciosa. Llevaba días vagando sin rumbo, mis pies arrastrándose sobre la tierra seca, mis labios agrietados por la falta de agua. El bosque era implacable; sus árboles desnudos se mecían con el viento, sus sombras alargadas parecían burlarse de mí. El hambre y el agotamiento nublaban mis pensamientos, pero la ira que ardía en mi pecho mantenía mi voluntad firme. No podía caer. No ahora.De repente, unas voces femeninas flotaron entre los árboles. Mi instinto me hizo agazaparme detrás de un tronco seco, conteniendo la respiración.—Ronan sigue siendo el Alfa más guapo de los cuatro reinos—dijo una de ellas, con una mezcla de admiración y deseo en su voz—. Qué lástima que quedara viudo.—Y peor aún, que no acepte betas ni omegas para su esposa. Solo una alfa podría ocupar su lugar —respondió otra con un suspiro resignado—. Pero, ¿quién? No hay ninguna otra alfa disponible.El silencio que siguió a su marcha quedó suspendido
RONANEl aire en la casa real del Reino del Fuego era sofocante, y no tenía nada que ver con las llamas eternas que ardían en las grandes antorchas de los pasillos. No. Era mi ira la que caldeaba la atmósfera. Caminé con pasos firmes hasta mi estudio, sintiendo la presencia de los intrusos siguiéndome.La tal Astrid y Elliot entraron detrás de mí, pero yo no tenía intenciones de prolongar este encuentro más de lo necesario.—Sal de la habitación, Elliot —ordené sin mirarlo.—Pero, Señor...Lo interrumpí con un gruñido bajo.—Ahora.Elliot miró a Astrid, como si buscara permiso, pero ella se mantuvo impasible. Con evidente duda, se retiró cerrando la puerta tras de sí. Una vez solos, me giré hacia la mujer que se atrevía a venir a mi territorio con promesas de secretos y venganza.Sin más preámbulos, cerré la distancia entre nosotros y la sujeté por el cuello con una mano, alzándola lo suficiente como para que sus pies apenas rozaran el suelo.—Quiero la verdad —le advertí, mi voz un
ASTRID Elliot y yo caminamos en silencio por el sendero de tierra que nos llevaba a su casa. La noche caía lentamente, y el aire estaba cargado de cenizas y humo, un recordatorio constante de que estábamos en las tierras del Fuego.—Me preocupa la manera en que Ronan te trata —dijo Elliot de repente, rompiendo el silencio.Me giré para mirarlo. Su expresión reflejaba una mezcla de inquietud y enojo.—No te preocupes —confesé, sintiendo el peso de sus palabras en mi pecho—. Pero no puedo permitirme demostrar miedo. No después de todo lo que he pasado.Elliot suspiró, pero no dijo nada más. Sabía que no serviría de nada insistir. Yo ya había tomado mi decisión.Al llegar a la casa de los padres de Elliot, nos encontramos con la puerta cerrada. Elliot frunció el ceño y se acercó para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la madera, una figura apareció de la nada y lo atacó con una velocidad impresionante. La vi lanzar a Elliot al suelo con un golpe seco, sujetándolo del cuello.—¿Qui
RONANEl enojo todavía ardía en mi pecho mientras fulminaba con la mirada a Rambo.—¡No debiste mencionar el matrimonio, maldición! —espeté, cruzando los brazos. —No tengo la menor intención de atarme a esa mujer.Rambo se encogió de hombros, sin inmutarse.—Tienes que admitir que es una buena jugada, Ronan. Ella necesita venganza y tú necesitas una reina alfa. Ambos ganan.Iba a replicar, pero un par de pasitos resonando en el pasillo me hicieron callar. Antes de darme cuenta, una niña de rizos oscuros y ojos dorados como los míos corrió hacia mí y se aferró a mis piernas.—Papá —chilló con una voz dulce y decidida. —Lucian no quiere jugar conmigo.Suspiré y la cargué en mis brazos.—Freya, deja de molestarlo. Ya sabes cómo es tu hermano.—Pero es aburrido.Rambo soltó una carcajada.—Eso no te lo discuto.La bajé y tomé su manita entre la mía.—Vamos por él. Veamos qué está haciendo.Caminamos juntos a través del pasillo y al llegar al jardín, encontré a Lucian riendo.Pero no estab