MAGNUS
—¡¿Cómo diablos sucedió esto?! —rugí, girándome hacia los dos que permanecían en la habitación, testigos de mi ira contenida.
El estudio quedó reducido a un caos de papeles desgarrados, muebles volcados y cristales rotos. El sonido de la madera astillándose y los objetos estrellándose contra las paredes era lo único que podía escucharse, además de mi propia respiración entrecortada por la furia. Mis manos ardían por la fuerza con la que había destrozado todo a mi paso, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que me devoraba desde adentro.
Astrid.
Astrid, casada con Ronan.
Ingrid, mi suegra, me observaba con miedo. A su lado, mi jefe de los Betas mantenía la cabeza gacha, con el rostro tenso y las manos cerradas en puños. Ninguno de los dos dijo nada.
—¡Contesten! —bramé, golpeando con fuerza el escritorio, haciéndolo crujir bajo mi puño.
Ingrid fue la primera en hablar.
—No es mi culpa que tu querida ex esposa haya recurrido a algún truco sucio para convertirse