NAÍN
Subí al auto y pedí que me llevaran al apartamento de Yaren. No tengo contemplado regresar a la manada hasta dar con los otros dos humanos que colaboraron con el traidor. De solo pensarlo me hierve la sangre. —Maldito infeliz —mascullé, molesta. —Hemos llegado, Alpha. —Gracias. Estén pendientes —dije al salir del auto y dirigirme al ascensor. Tendré que hacer una revisión exhaustiva de todo mi personal. Ya no puedo confiar en nadie ciegamente. La puerta se abre apenas llego. —Por la Diosa, Naín, tienes sangre. —Por eso te pedí que prepararas la ducha. —¿Lo mataste tú misma? —Sí, Yaren. Lo maté yo. —¿Alguien más no pudo hacerlo? —No. Soy la líder, la que planea y ejecuta. —Ven, necesitas deshacerte de ese peso que llevas encima. —Si hubiera sido hombre, no hubieras dicho eso, ¿verdad? —No, pero no necesitas demostrar que eres capaz de ser una buena líder. —En un mundo machista, estoy segura de que sí debo —me deshago de la ropa—. Este mundo está dominado por hombres, Yaren, y eso lo sabes bien. ¿Sabías que habían presionado a mi padre para buscar una bruja de magia negra que hiciera un hechizo y pudiera tener un hijo varón? Para que él tomara su lugar cuando ya no pudiera más. —No... no lo sabía. ¿Y tu padre lo hizo? —No. Porque ni con magia se puede concebir un hijo con otra persona —dije con tristeza al meterme en la bañera. Yaren se metió conmigo. Tras un buen masaje, descargué toda la furia y la tensión que me consumía. —Me encanta cuando nos encontramos después de tanto. Siento que lo sueltas todo y te conviertes en una fiera —comentó con una sonrisa pícara. —Aún tengo mucho por sacar, Yaren —respondí, y nos entregamos a otro encuentro desenfrenado. A la mañana siguiente, me levanté temprano para revisar los videos con más calma. Debo encontrar a los demás infiltrados. —Buenos días, mi Alfa —dijo Yaren al entrar con una bandeja. —Buenos días... Gracias —le sonreí mientras recibía el desayuno. —Lo preparé especialmente para ti —comentó mientras yo miraba atentamente la pantalla. —¿Qué buscas? —A los cómplices del traidor que ayudó al supuesto amigo de mi padre. —¿Era alguien cercano a ti? —Sí, pero no creo que actuara solo. Estoy segura de que hay alguien más detrás de todo esto. —Espero que des con los culpables pronto. No me gusta verte así. Te quiero, Naín. Puede que en algún momento encuentres a tu destinado, o tal vez yo encuentre a la mía primero, pero siempre estaré para ti —dijo tomándome la mano. —Y contarás conmigo, igual que ahora —le respondí. Aunque somos amantes, le tengo aprecio. Mientras ninguno encuentre a su pareja, podemos divertirnos. No está prohibido. Sonreí al encontrar a los dos hombres que colaboraron con el traidor. Tomé el móvil y le envié la descripción a Edril para que los llevara al mismo lugar que la noche anterior. —Eran humanos, ¿no es así? —preguntó Yaren. —Sí, pero sabían a lo que se enfrentaban... supongo —respondí mientras me vestía. —Nos vemos, Yaren —me despedí. —Ten cuidado, Naín —me abrazó. —Siempre trato de tenerlo —le di un beso y salí del apartamento. Subí al auto. El trayecto fue silencioso hasta llegar al mismo almacén abandonado de la noche anterior. —¿Alfa, qué piensa hacer con ellos? —preguntó Edril. —Sacarles información. Y si no funciona, darles el susto de sus vidas. —La apoyo, Alfa. Ya estoy harto de todo esto. Entré. Los dos hombres estaban amarrados, confundidos. Los miré con calma, con autoridad. —Me dirán lo que quiero saber o sufrirán consecuencias que no pueden imaginar —advertí. —¿Por qué estamos aquí? —preguntó uno. —Aquí las preguntas las hago yo. ¿Entendieron? —Ambos asintieron, nerviosos. —No puede obligarnos a decir nada. Usted no puede hacer nada —dijo el otro con arrogancia. Sonreí con frialdad. Le hice una seña a Edril, que se acercó con un maletín. Sin necesidad de dar más detalles, el miedo se hizo evidente. Los dos sabían que esto era serio. —¿Quién los contrató? —pregunté. —No lo sabemos. El señor solo nos dio indicaciones —dijo uno de ellos, temblando. —¿En qué consistía su trabajo? —No lo sabíamos del todo… —Respuesta equivocada —dijo Edril mientras uno de los hombres palidecía. —¡Esperen! Yo hablaré, pero necesito que ayuden a mi familia. Nos van a matar. —Dependiendo de lo que digas, consideraré tu petición —tomé asiento. —El señor Lamier nos contactó. Como somos los encargados del cargamento, nos ofreció dinero por poner unas cajas en el contenedor. No sabíamos qué había dentro. Solo seguimos órdenes. Nunca supimos quién estaba detrás de él. Lo juro. —¿Tú le crees, Deka? —pregunté. —Sí, su olor es puro miedo. —¿Vieron a alguien más además del señor Lamier? —Negaron con la cabeza. —Bien. Vieron que no fue tan difícil. —¿Mi familia...? —dijo el más valiente. —Ya van por ellos. Saldrán esta noche. Pero si me entero de algo más, iré por ustedes —convertí mi mano en garra por un segundo—. Y no querrán verme llegar así. Salí de allí sin mirar atrás. Cumplí mi promesa esa misma noche: organicé que los hombres y sus familias partieran a otro país. —Este enemigo tiene mucho alcance, Alfa Naín —dijo Edril. —Ya lo sé. No nos enfrentamos solo a desertores o vampiros sin escrúpulos. Ellos solo son piezas en un tablero más grande. Los días siguientes me dediqué a investigar cualquier indicio que me acercara a los responsables, pero no encontré nada. Así que volví a centrarme en mis deberes como Alfa y en la empresa. —Naín, deberías considerar delegar tus responsabilidades a un hombre que pueda lidiar con esto por ahora. Luego, cuando pase la tormenta, puedes retomar tu rol —insistió mi tío. —No. Ya te he dicho mil veces que un matrimonio arreglado no es la solución. —Sí lo es, Naín. Piensa bien. Podrías casarte con algún Alfa disponible. Solo por un tiempo. —Todos los buenos Alfas ya están casados. Y los que no lo están, no aceptarían un contrato de separación de bienes. Menos aún con la naviera más poderosa del mundo. —Eso son detalles, Naín. Hay varios Alfas fuertes sin destinadas aún. Son buenos partidos. —¡Que no! No me voy a casar con un lobo. Ni con un Alfa. Y menos si no es mi mate...