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Capítulo 4. La traición tiene castigo

—Tráiganlo ante mí ya —ordené con voz helada.

Edril se dirigía a la puerta, pero lo detuve.

—Espera, Edril. Llévalo al lugar donde nos encargamos de los traidores.

—Sí, Alfa —respondió sin dudar.

No quiero manchar mis pisos con la sangre de alguien como él.

Tomo mi laptop y la resguardo con cuidado, como siempre. Papá me enseñó a proteger lo valioso y a deshacerme de los traidores antes de que causen un daño mayor.

"Para ser un buen líder, debes ir siempre un paso delante de tus enemigos", me repetía. Y tenía razón. Mis enemigos no se limitan al mundo sobrenatural. También están en el mundo de los negocios. Humanos ambiciosos que quisieron hacer tratos sucios conmigo. Como me negué, muchos desean verme muerta.

Cuando llego a la bodega, Edril, Tamir y Galo —uno de mis mejores guerreros— me esperan.

—Alfa —dicen al unísono, inclinando la cabeza.

Paso de largo, sin responder. Mis ojos están fijos en mi objetivo.

—¿Por qué? —pregunto con voz baja pero firme.

Aurelio me mira confundido.

—¿Qué sucede, Alfa? ¿Por qué me trajeron aquí? ¿Qué está pasando?

—Dime por qué lo hiciste, Aurelio. Confié en ti. No solo yo… también mi padre. Él te consideraba un amigo, uno de los pocos en los que confiaba sin reservas. Su lealtad hacia ti era inquebrantable.

—Y sigo siéndolo, Alfa. No sé por qué me habla así…

—Déjame salir, Naín —gruñe Deka.

—No aún —respondo sin apartar la vista de Aurelio.

—Deja de fingir, Aurelio. Mi padre me entrenó muy bien… y créeme, soy peor que él. Lo que hiciste no tiene perdón. Atentaste contra mi vida… y contra mi empresa.

—No… está equivocada. Yo no haría algo así.

—¿Lo vas a negar? —doy un paso más cerca.

—Mi Alfa…

Camino hacia él con decisión. Hoy no saldrá vivo de aquí… pero antes, hará lo que necesito: cantar.

Dejo salir mis garras. Una de ellas se posa contra su cuello.

—Confiesa, Aurelio. Por tu bien, hazlo.

Le clavo una uña justo en la yugular. Su sangre brota, cálida, manchándolo.

—Piénselo, Alfa. Si me mata, su empresa se viene abajo. Usted sabe que se mantiene a flote gracias a mí —ríe con descaro.

—¿Gracias a ti? ¿De verdad crees eso? —Lo miro directo a los ojos, y con un gesto saco la uña, arrancando un gemido de dolor. Su sangre le chorrea por el cuello. —¿Quiénes son ellos?

—No sé de qué habla…

Cierro el puño y lo estrello con fuerza contra su abdomen. Se dobla del dolor, jadeando.

—¡Dime quiénes son, maldita sea! O la próxima vez, te desgarro parte por parte.

—Aaa… Alfa, yo…

Me mira con una sonrisa torcida.

—Habla ya —ordeno. Edril se acerca con la tablet y le muestra el video.

—¿Ese no eres tú? —pregunto sin apartar la vista.

Aurelio se queda perplejo ante la imagen.

—Eso… eso es un montaje, mi Alfa.

—¿Un montaje? —me burlo—. No seas estúpido. Tengo cámaras donde menos imaginas.

Miro a Edril y le hago una señal para detener la grabación.

—Mírame a los ojos y dime que ese no eres tú. Miénteme una vez más, y tus ojos serán lo primero que perderás.

—Le juro que no quise hacerlo… se lo juro…

—¡No me mientas más, maldita sea! ¡Ten el valor de confesar! —le rujo con voz de Alfa.

Mis ojos deben haberse encendido en rojo porque todos bajan la cabeza con respeto y temor.

—Alfa… tenga piedad… se lo imploro…

—Dime lo que quiero saber.

—No puedo… Si hablo, me matarán.

—De todas formas vas a morir. Escoge cómo. ¿Prefieres que lo hagan ellos… o yo?

—Alfa, por favor, yo… yo lo hice porque estoy harto. ¿Cómo es posible que una mujer esté al mando de todo este imperio? ¡Una mujer que no sabe nada! ¡Yo debí tomar el control! Pero tu padre te dejó todo… la manada, la empresa… ¿Y yo qué? ¿Dónde quedó todo lo que le entregué? ¿Dónde quedó mi recompensa?

Hago una mueca. Poder. Siempre es por poder.

—Es una lástima que pienses así, Aurelio. Pero sé que esta no es toda la verdad. No actuaste solo. Ya no importa si lo encubres. Lo encontraré. Y cuando lo haga… lo despedazaré.

—¿De verdad cree que podrá…? Yo no me…

Se acabó mi paciencia.

Me transformo. Mi loba Alfa toma el control. Aurelio da un paso atrás, con los ojos abiertos de par en par por el terror.

Me lanzo sobre él. Una de mis patas lo derriba. Grita cuando muerdo su cuello. Lo sacudo como si fuera un muñeco. En una segunda mordida, le desgarró la garganta. Y no me detengo. Lo desmembro, parte por parte, con precisión salvaje.

Cuando ya no queda nada más que un cadáver hecho pedazos, vuelvo a mi forma humana. Alguien me cubre con una manta.

Me doy la vuelta, aún jadeando.

—Tiren los restos en el bosque abandonado. Y que lo acompañe su auto.

Salgo de la bodega y subo al auto.

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