—¡Papá, no! ¡Mírame! —grité por enésima vez—. ¡Papá, por favor, no me dejes! —Las lágrimas corrían por mi rostro como torrentes—. ¿Quién te hizo esto? —Me aferré a su cuerpo inerte. Sentí una mano sujetarme del antebrazo y, sin pensarlo, saqué mis garras y las hundí con furia en las piernas de quien intentaba apartarme, desgarrando su ropa y piel—. ¡No te atrevas a tocarme! —rugí.
—Papá... —lo abracé, su cuerpo ya estaba frío—. ¿Por qué, Diosa Luna? ¿Por qué te lo llevas ahora? —sollozaba sin importarme quién mirara—. Papá... papá... —Papá... papá... —desperté empapada en sudor y agitada. “—¿Otra vez pesadillas? —preguntó mi loba. —Sí, Deka... ¿por qué siguen ahí? Dime... “—Quizás porque viste morir a tu padre entre tus brazos. —Tal vez... Corté la conexión con mi loba, me levanté de la cama y caminé al baño para comenzar el día. ⚜️⚜️ Antes de continuar, me presentaré. Soy Naín Taria Blondel, Alfa de Blades Moon. Hija única, doscientos cincuenta años, aunque luzco como una joven de veintitrés. Muchos se confunden con mi rostro juvenil; creen que no puedo con el peso del liderazgo, que no estoy lista para dirigir una manada con más de dos mil quinientos miembros... y eso sin contar los que siguen llegando. Hace diez años, mi padre me preparó para este cargo. Murió antes de verlo culminado, pero me dejó lista. Mido 1.85m, piel bronceada, ojos verdes, cabello rubio claro. Tengo curvas de “calle peligrosa” —como dice Edril— y no tengo problema en usarlas si lo necesito. Mi loba se llama Deka. Su pelaje es una mezcla de blanco, marrón y gris, mide más de tres metros de altura. Muchos creían que por ser mujer mi loba sería pequeña... se equivocaron. Deka es una bestia salvaje y mi mejor amiga. De mi madre no sé nada. Murió al darme a luz. Nunca he visto una foto suya, así que ni siquiera sé cómo lucía. ⚜️⚜️ Salí del baño poniéndome solo la ropa interior cuando escuché que tocaban la puerta. Revisé la hora. Muy temprano. —Pasa —dije, recogiendo mi cabello en una coleta. Entró mi Beta. —Bue... bue... buenos días, Alfa —balbuceó. Me giré hacia él. —Espero que sea algo realmente importante, Edril. —Sí... —respondió, intentando recuperar la compostura. —Cuando encuentres a tu mate, más te vale mirarla como me estás mirando a mí —alzo una ceja, divertida. —Lo siento, Alfa. Tenemos un problema. —¿Y cuándo no los hemos tenido? Desde que tomé el cargo no ha pasado un mes sin algún ataque: pícaros, vampiros sin clan, brujas... ¿Sigo? —Sí, pero usted siempre ha sacado la cara por la manada —comento mientras me vestía con jeans, una sudadera y botines. Solo con oír la palabra "problemas", supe que Deka tendría que salir y mi ropa acabaría hecha trizas. Otra vez. —¿Qué es esta vez? —Pícaros y vampiros... al parecer están trabajando juntos. —Hora de enseñarles que con Blades Moon nadie se mete —sentí a mi Alfa queriendo tomar el control. Corrimos al bosque. El olor venía del norte. Cuando mi padre lideraba, todo parecía más tranquilo. Quizá los ataques eran igual de frecuentes, pero él me protegía de ellos. Lo que me inquieta es que ahora los pícaros colaboren con vampiros. Eso no es normal. Llegamos a la frontera. Allí estaban, esos malditos perros desterrados. No todos son malos, lo sé. He acogido familias enteras que fueron expulsadas sin motivo justo. Algunos Alfas no deberían tener ese título... destierran por cosas absurdas, por ego, por corrupción. A veces me avergüenza llamarme Alfa cuando veo cómo otros abusan del título. Me acerqué a mis guerreros. —¿Cómo están? —Bien, Alfa. —Es hora de mostrarles por qué somos una manada unida y fuerte —afirmé. Me transformé primero. Luego lo hicieron Edril, mi Delta, y el resto. —Ataquen a matar —ordenó Deka. Nos lanzamos. Me abalancé sobre cuatro enemigos; de un zarpazo destruí a dos. Con la cola derribé a tres más. Mis sentidos se agudizaron. Dos vampiros se aproximaban en zigzag. Perfecto. Corrí hacia ellos. De una patada los lancé por los aires. —Se metieron con la manada equivocada —rugí. Trataron de huir, pero salté frente a ellos. —¿A dónde van? La fiesta apenas comienza. Los miré fijamente—. Tenían que atacar antes del desayuno. No me gusta que me lo arruinen... y menos si es el primer alimento del día. Saqué garras y colmillos. —Estás sola, Alfa. Nadie vendrá a salvarte —dijeron. —Ah, no necesito que me salven. Tú —miré al de la izquierda—, te voy a partir por la mitad. Y tú —miré al otro—, te arrancaré el cuello y lo dejaré para los salvajes. —¿Cómo piensas hacer eso? Mostré los colmillos. —Ya lo verás... Corrí en zigzag. A uno lo desgarré desde el cuero cabelludo hasta partirlo en dos. Al otro le arranqué la cabeza de un solo mordisco. La sangre salpicó todo. Tiré la cabeza al suelo y volví a mi forma humana. —Les advertí. —¿Está bien, Alfa? —preguntó uno. Bufé. —¿Cuántas veces tengo que decirles que no se preocupen por mí? ¡Soy su Alfa, no una princesita! —Sí, Alfa. Lo siento —alguien me puso un abrigo en los hombros. Me lo acomodé y caminé hacia la casa. Esto no va a quedar así. —Revisen el perímetro, las fronteras, cada maldito punto. ¡Estoy harta de estos ataques! ¡Quiero respuestas ya! —ordené con furia. —Lo sentimos, Alfa. Pero no encontramos nada. Cada vez que alguien escapa, aparece muerto al día siguiente en los límites —me explicó uno. —Lo sé. Es como si alguien quisiera mantener todo en secreto... Jeande, ¿conseguiste lo que te pedí? —Sí, Alfa. Iba de camino cuando sentí su olor. Fui quien dio la alerta. —Bien. Ve a tu casa y cámbiate. Vamos a encontrar al responsable de estos ataques. —¿De verdad cree que hay alguien detrás de todo esto? —preguntó Oriel, el líder de los guerreros. —Esa pregunta me ofende. —Mis disculpas, Alfa. —¡Muévanse! Quiero esos informes ayer —miré a Edril—. Tú y yo vamos a supervisar. —Sí, Alfa. Regresamos. Subí a mi habitación y me metí a la ducha. La sangre teñía el agua de rojo. Ver esa escena me transporta a diez años atrás. Mi padre se desangraba en mis brazos. ¿Cómo pasó? No lo sé con certeza. Venía de una reunión con una de las manadas del sur. Solo bajó del auto, me miró con expresión perpleja y, antes de que cayera, lo sostuve. —Lo siento, princesa, pero ahora es tu turno de guiar esta manada. Sé que lo harás bien —fue lo último que dijo antes de cerrar los ojos para siempre. Grité de frustración. A veces tengo pesadillas despierta. Me persiguen donde vaya, sin importar si estoy dormida o no. Siempre están ahí. Golpeé la pared de la ducha con tanta fuerza que le hice un agujero. —Cuando encuentre al responsable de la muerte de mi padre, va a pagar con su vida. “—Estoy contigo, Naín. No vivirá... no lo permitiremos —respondió Deka, mi loba interior. —Estoy segura de ello, Deka. He investigado sin éxito, pero tengo la certeza de que algún día daré con ellos. —Tal vez estas pesadillas desaparezcan algún día… o tal vez no. Pero prometo que, si logro encontrar al responsable, seré su peor pesadilla —dije para mí misma. Sé que a papá no le gustaría que busque venganza… pero no pienso dejar su muerte impune. Salgo de la ducha, voy al clóset, saco la ropa que usaré, me visto, busco unas botas y bajo con la intención de encontrar alguna pista. —¿Mi niña, no vas a comer? —No, mamita. El apetito se me fue. Prepárame algo nutritivo para cuando regrese, ¿sí? —Está bien, cuídate. Toma una manzana, al menos. Te dará energía —me sonríe dulcemente. Ella ha sido como una madre para mí. La conozco desde que tengo uso de razón. Al salir, me encuentro con Edril. —Jeande ya partió, y su tío viene en camino —dice. Suspiro. —Debió quedarse donde estaba —le respondo, algo fastidiada. —Lo quiero, pero a veces es muy asfixiante. Subo al jeep. Solo lo llevaremos hasta cierto punto. Al llegar, bajo y empiezo a rastrear. Uso mi olfato para detectar cualquier aroma que no pertenezca a mi manada. Al principio, solo percibo el olor de árboles, flores, tierra y pasto. Sigo caminando, a punto de rendirme y regresar a ocuparme de otros asuntos… cuando un olor familiar me detiene en seco. “—Ese olor lo conozco —murmura Deka. —Yo también, Deka —respondo con el corazón acelerado. —Aún recuerdo aquel día en que lo sentí por primera vez. —Nunca lo olvidé, Deka. Es el mismo aroma que tenía…