El eco de la reunión aún flotaba en los pasillos de la mansión. Las palabras de Vlad eran como cuchillas invisibles que no dejaban de clavarse en la piel. Blade caminaba detrás de él, en silencio, mientras Florin se quedaba rezagado con expresión sombría. La orden de mantener en secreto los movimientos de ellos pesaba más que cualquier arma que pudieran cargar.
Vlad no habló de inmediato. El Alfa no era de los que se precipitaban en palabras; sabía que el silencio podía intimidar más que un grito. Su sola presencia imponía. El aire cargado de tensión, había quedado impregnado de la certeza de que alguien respiraba en falso dentro de la manada.
El negocio perdido no era cualquier cosa. Vlad lo sabía. No se trataba solo de armas, sino de confianza, de reputación en el mundo que ellos dominaban. Cuando alguno de los miembros de la manada fallaba o se esfumaba, lo que quedaba no era un fracaso, sino una grieta. Y las grietas, en su mundo, significaban vulnerabilidad.
—De lo único que ten