El aire en el despacho de Adara se sentía denso, como si todo lo que había sucedido hasta ahora estuviera apretando el espacio en torno a ella. Mientras las sombras caían lentamente sobre la ciudad, la profecía de la Luna Azul seguía latiendo en su mente, como una melodía sombría que no podía dejar de escuchar. Intentaba no pensar en eso, intentaba concentrarse en lo que estaba haciendo, pero el peso de su destino, el que compartía con Vladislav, se cernía sobre ella con cada respiración.
Inconscientemente Adara sentía que algo no estaba bien, era como si algo grande se estuviera gestando, como si la oscuridad estuviera a punto de devorar todo a su paso, y le daba la sensación de que Vladislav, aunque cercano a ella, parecía estar atrapado también en una red de secretos que ni él mismo entendía completamente. La conexión entre ellos, cada vez más intensa y visceral, parecía más como una trampa que un lazo de amor.
Era una tarde de otoño, y las hojas que caían afuera apenas rozaban la