—¿Estás segura de ir? Allá seguro va a estar ese sujeto —le advirtió Vladislñav a Adara.
Había llegado la mañana, y ambos estaban bajo total tensión. No se veían a los ojos, y solo hablaban porque Adara fue a su despacho a avisarle que saldría. Vladislav se alteró cuando ella le dijo que iría al bufete.
—Seguramente, pero no voy a esconderme de él toda la vida —le dijo ella—. Christian debe aceptar que no quiero estar a su lado, y yo no voy a vivir aquí para toda la vida. Tengo mi espacio.
—Si te drogó una vez para lograr hacer de ti lo que no ha podido sobria, no dudo que quiera intentarlo —insinuó enojado.
—Ya no soy la misma de antes, no caeré con facilidad —aseguró y se giró sobre sus pies.
Abandonó el despacho y la mansión Drakos a bordo de un taxi que había llamado minutos antes.
«No eres la misma de antes, pero debes estar alerta, Rupert no ha bajado la guardia contigo», le advirtió Jazz, su loba.
Al llegar no había nadie, lo que le dio facilidad para colarse a su despacho.