En la mansión de Christian, las ventanas temblaron. No por viento, ni por la tormenta… Por él.
Christian se había quedado quieto durante exactamente tres segundos. Solamente tres. Ese fue el tiempo que tardó en recuperar la respiración después de sentirlo.
Después de sentir que Adara había desaparecido por completo de su radar, como si alguien hubiera arrancado su presencia de la existencia misma. No fue un bloqueo, tampoco un hechizo de ocultación.
Fue un vacío, un apagón total.
La copa que sostenía estalló entre sus dedos. La sangre le resbaló hasta la muñeca, pero no la sintió.
—¿Qué… fue eso…? —murmuró, con una voz que no parecía humana.
Kam se asomó desde la escalera, desconcertado.
—¿Se… rompió algo?
Christian giró la cabeza hacia él con un movimiento demasiado lento, demasiado preciso, y los ojos completamente negros. Kam dio un paso atrás.
—Ella —susurró Christian—. Ella no está. No la siento. No existe.
Kam abrió la boca para decir algo, pero Christian ya no estaba escuchando