El aire era pesado y diferente, algo que Adara jamás había experimentado. Aunque las tierras de Eryndor eran ajenas para ella, algo en la atmósfera la envolvía de manera extraña. Como si la misma tierra estuviera viva, como si las raíces de los árboles que rodeaban el bosque la estuvieran llamando. A cada paso que daban, Adara sentía una conexión más profunda con el lugar, una sensación de que todo lo que conocía hasta ese momento solo era una sombra de lo que realmente era. Era una tierra impregnada con magia pura, una magia antigua, y esa fuerza recorría su piel como una vibración.
Con cada respiración, su cuerpo se conectaba con la tierra, y una oleada de recuerdos que le daban la sensación de haber sido olvidados, emergió de lo más profundo de su ser. Un recuerdo de cuando era una niña, de su vida anterior, antes de que fuera separada de sus padres biológicos la invadió. La visión de ellos le llegó con la fuerza de un relámpago, un suspiro de amor y protección en sus ojos, la sens