—...El ser debe ser destruido —expresó Eryndor con una firmeza inesperada, sorprendiendo tanto a Adara como al resto de los presentes.
La magnitud del mal que había dentro de Ionela era tan evidente, tan palpable, que todos los que observaban no podían apartar la mirada del ser demoniaco que levitaba sobre su cuerpo. La criatura era la manifestación del mal absoluto, y en su forma se reflejaban los horrores que Christian había sembrado.
La responsabilidad que Eryndor le estaba dejando a Adara pesaba como una maldición, pero al mismo tiempo, la magia de Eryndor y el vínculo que Adara compartía con Vladislav les daba el poder de destruirlo, si elegían hacerlo.
Adara no apartó la vista de la sombra retorcida que flotaba sobre Ionela. La mirada de Ionela, vacía y perdida, la atravesaba como un cuchillo. No podía dejar que ese mal se apoderara de ella, que la domine por completo. No cuando había prometido salvarla, no cuando se había propuesto protegerla. Sus manos comenzaron a temblar,