El reloj marcaba casi las seis de la tarde cuando Adara escuchó el sonido de la puerta principal de su departamento. Era un golpeteo suave, persistente, pero que de alguna manera la hizo tensarse. Durante los últimos días, las sensaciones extrañas que la asolaban no habían desaparecido, más bien se habían intensificado. Algo estaba mal, algo dentro de ella se resistía a la calma, a la normalidad de su vida. Su mente constantemente volvía al recuerdo de una noche nebulosa, algo que había sucedido, algo que había intentado recordar y no llegaba. Pero la sensación persistente, ese hueco en su pecho, seguía ahí. Y ahora, el repentino golpeteo en la puerta no hacía sino agravar la ansiedad que sentía.
—¿Quién es? —preguntó, casi sin querer escuchar la respuesta.
—Adara, soy yo —respondió una voz profunda y familiar.
La voz de Christian.
Algo en su tono, en la suavidad de sus palabras, hizo que Adara diera un paso atrás, sin poder evitarlo. La presión en su pecho se intensificó, un peso que