La mansión de Christian estaba bañada por la tenue luz de las lámparas, pero la atmósfera se sentía densa. En su despacho, escuchaba como el viento aullaba fuera, golpeando las ventanas con la misma furia que los últimos acontecimientos parecían revolverse en su mente. Frente a él, el líder de la manada, Kam, con su porte imponente, permanecía en silencio, mientras dejaba que el peso de las palabras fluyera en el aire.
—Christian, ya no me sorprendes —dijo Kam con tono de voz grave, como si cada palabra fuera una condena.
Christian estaba acostumbrado a la frialdad de su líder, pero las tensiones de los últimos días habían cambiado el ambiente. No le gustaba lo que observaba de Christian, sus acciones no le daban esperanza en que pudiera lograr cumplir con la misión que tiene encomendada desde hace tiempo. La presencia de Adara, ahora más ausente que nunca, parecía que había trastornado todo, seguía siendo el tema central de la preocupación de la manada. Había algo en la actitud de C