«Debes ser fuerte, no te dejes llevar… no es él…es solo un reflejo de su maldad para evitar avanzar… escucha a Eryndor», gruñó la loba en lo más interno de su conciencia.
—¡Basta! —repitió.
El eco de su voz retumbó en el apartamento. Por un instante, tanto Eryndor como Christian se quedaron inmóviles, como si la fuerza de su grito hubiese detenido el aire mismo.
Adara jadeaba, las lágrimas se asomaban en sus ojos.
—No entiendo qué está pasando. No sé qué quieren de mí.
Eryndor extendió su mano de nuevo.
—Queremos que elijas.
Christian, con voz suave y peligrosa, añadió:
—Queremos que sobrevivas.
El latido en las sienes de Adara se aceleró hasta dolerle todavía más. Dos mundos colisionaban ante ella, y ambos la reclamaban. La Luna Azul estaba cerca, y con ella, la decisión que podía cambiarlo todo.
El silencio que siguió a las palabras de Christian era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales como si quisiera entrar, como si Bruselas misma