La sala de Adara estaba en penumbra. El reloj marcaba pasada la medianoche cuando su cuerpo cedió. El peso de las revelaciones, de la voz ancestral del elfo y de la presencia sofocante de Christian, fue más de lo que su mente moldeada al sentir y razón humana pudo resistir. De repente, cuando las luces se encendieron así sin más, un dolor de cabeza tremendo la atacó y apenas llevó ambas manos a la cabeza como buscando contener la fuerza de la reacción de su cuerpo al tiempo que miraba alrededor de su sala de estar para ubicarse en su presente y tratar de comprender lo que vivió recientemente, se derrumbó sobre la alfombra. Un desvanecimiento nubló su mente y el aire se le escapó de sus pulmones en un suspiro quebrado.
Mientras caía en un sueño profundo, su mente luchaba en un mar de imágenes inconexas: la Luna Azul elevándose sobre un bosque desconocido, los ojos del elfo brillando con siglos de sabiduría, un mundo diferente al que consideraba era su realidad, las otras mujeres iguale