El teléfono de Adara vibró en la mesa, su pantalla se iluminó con el nombre de Vladislav Drakos. Con un suspiro, lo miró por un momento. Ella lo había llamado cuatro veces esa tarde, sin lograr conexión con él. La ansiedad que sentía la desbordaba, pero no podía evitarlo. Sabía que tenía que hablar con él, aclarar lo que había encontrado en el expediente. Algo no cuadraba, y él era la única persona que podría darle las respuestas. Se dijo que a pesar de todo lo que sentía por él, a pesar de la conexión que había crecido entre ellos, no podía permitir que sus emociones la nublaran en un asunto tan importante.
Adara aceptó la llamada con la voz quebrada, tratando de mantener el control, de no mostrar la inquietud que la carcomía.
—Señor Drakos, lo llamaba porque necesito que me explique algo —su tono fue directo, pero su respiración se aceleró un poco, como si el simple hecho de escuchar su voz la inquietara más de lo que quería admitir.
—Buenas tardes, Adara —respondió él con un tono d