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Capítulo 28: La herida que canta

El despertar no fue súbito. Elia emergió del sueño como quien nada hacia la superficie desde una profundidad lenta. Su piel, húmeda, parecía haber absorbido más que sueño: savia, susurros, ecos. Los párpados pesaban como si ocultaran un paisaje entero detrás. Y el latido de su pecho, firme y constante, marcaba el ritmo de algo que aún no comprendía del todo.

A su lado, Lena dormía. El rostro sereno, pero con las manos entrelazadas sobre el vientre como si aún sostuviera algo invisible. Elia se inclinó sin hacer ruido, y con dedos cuidadosos dejó una ramita de laurel bajo su almohada. No dijo nada. Solo respiró, como se respira cuando se agradece sin palabras.

El cuaderno esperaba sobre la mesa. Antes de cerrarlo, Elia dejó caer una sola gota de agua sobre la esquina de la hoja. La tinta no corrió. La hoja no se manchó. Pero algo en la forma en que absorbió el líquido le recordó que la escritura también es un cuerpo.

El bosque la recibió con un murmullo grave. Las hojas parecían inclin
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