Elia no recordaba la última vez que una noche había sido realmente silenciosa. En la ciudad, incluso con las ventanas cerradas, el murmullo constante de motores, voces y alarmas era como una música de fondo inevitable. Pero aquí, en este pueblo hundido entre colinas y rodeado por bosques espesos, el silencio no era ausencia de ruido: era una presencia que se sentía viva. Como si algo esperara agazapado tras cada árbol, sosteniendo la respiración.El autobús la dejó sola frente a un sendero de grava que serpenteaba entre troncos altos y oscuros. Ni un alma alrededor. El conductor solo asintió y cerró la puerta con un suspiro, como si sintiera lástima. Elia apretó la correa de su mochila y avanzó. Cada paso sobre la grava parecía amplificado por la humedad de la noche.La esperaba su tía Lena, una mujer que apenas recordaba y con la que solo había intercambiado un par de cartas en los últimos años. En su memoria, Lena era una figura lejana, casi mítica. Ahora, su presencia parecía tan r
Leer más