Ariana
Lo dejé ir. O, al menos, eso es lo que pensé en el momento en que me levanté de su cama y me dirigí hacia la puerta. Él estaba allí, mirándome con esos ojos oscuros llenos de dolor y contradicción, y aunque mi corazón me pedía quedarme, algo en mí sabía que no podía seguir siendo la única que luchaba. Él tenía que encontrar su camino, como yo encontré el mío, aunque lo odiara, aunque lo amara.
Así que lo dejé ir. Pero no me alejé demasiado. No pude. Me quedé cerca, aguardando en silencio, esperando que el silencio lo hiciera despertar, que la ausencia le mostrara lo que no podía ver cuando tenía mi presencia al alcance. Porque yo no podía más. No iba a esperar a que él decidiera si quería vivir o morir, si quería amarme o desaparecer.
Lo amaba, y por primera vez en mucho tiempo, esa verdad no me asustaba. Lo odiaba por lo que había hecho, pero el amor era más fuerte. Y quizás esa era la razón por la que me había alejado. Porque yo ya no podía vivir con un amor que se convertía