Killian
El aire olía a sangre seca, metal oxidado y despedidas. Una combinación que me revolvía el estómago y, al mismo tiempo, me mantenía despierto. El silencio después del caos era lo más parecido al infierno. No hay disparos, ni gritos, ni órdenes. Solo los escombros de todo lo que alguna vez tuvo sentido. Incluyéndome.
—¿Crees que esto es paz? —preguntó Marcus a mi lado, rompiendo la quietud con una voz que ya no reconocía como la del hermano que solía seguirme al infierno sin pestañear.
Lo miré sin decir nada. No porque no tuviera respuesta, sino porque ya no sabía cuál era la correcta. ¿Paz? No. Esto no era paz. Era una tregua impuesta a golpes. Una quietud que olía demasiado a pérdida. A lo que no volvería.
Y aun así, ella... Ella seguía aquí. Ariana.
Mi luz al final de todo.
No sé cómo sobrevivió a esta guerra, no físicamente, sino emocionalmente. Yo mismo no estaba seguro de haberlo hecho. Pero cada vez que sus ojos se encontraban con los míos, esa mirada que decía “no te at