Por la mañana el hombre se arrepintió profundamente cuando despertó y la chica dormía en sus brazos. Se levantó con brusquedad provocando que la cabeza de ella impactara contra la almohada y también despertara.
—¿Quién te dio permiso para que te pasaras a mi cama?— Cuestionó enojado.
—Señor, esta es mi habitación. Eres tú el invasor—. Respondió ella y envuelta en la sabana fue al cuarto de baño.
—¡Maldito idiota!— Se dijo a sí mismo. Estaba avergonzado de haber acusado a la chica cuando él era culpable.
…
—Estás llegando muy seguido a dormir en casa. ¿Acaso tus amantes ya no te satisfacen?— interrogó ella a la hora del desayuno.
—No te creas la muy importante. Solo tengo piedad de ti y por eso vengo a acompañarte, no eres bonita… mucho menos con atributos que levanten emociones en mí. Jamás te podrás comparar con las mujeres que en realidad a mí me agradan.
—¿Por qué me ofendes de esa manera?— Reclamó, dejando a un lado el plato de comida y sintiendo sus ojos enrojecer.
—Es lo que te mereces. Una mujer como tú no vale nada en esta vida.
—Si no me consideras una buena mujer, entonces, ¿por qué putas me follas cada noche? Para ti soy una enemiga más, déjame ir y así evitarás sentir más ese odio que me tienes en tu corazón.
Javier sonrió. Una sonrisa claramente de burla que dañaba aún más los sentimientos de la chica.
—Le juré a tu hermano que sufrirías hasta que yo decidiera que ya estaba saldada la muerte de mi padre. ¿Y sabes qué? Nada le devolverá la vida a él, entonces, ¿por qué debería dejar que tú y tu hermano sean felices cuando yo no lo seré?
—Yo soy inocente—. Dijo entre lágrimas. —Yo no he hecho nada para ofender ni a ti ni a tu familia. Ni siquiera sabía de tu existencia hasta que mi hermano me entregó a ti.
—Escucha bien lo que te voy a decir, pedazo de estiércol. No me importa lo que pienses sobre mí, serás libre el día que mueras… mientras tengas vida tendrás que aferrarte a mis órdenes, mis reglas y mis deseos.
—Si la muerte es la solución, créeme que muy pronto seremos felices los dos.
—Espero con ansias ese momento.
Expresó, levantándose y aventando la silla con una sola patada.
—Recoge tus desastres—. Le ordenó Valentina.
—¿Desde cuando el empleado le da órdenes al jefe?
—¡No soy tu empleada!
—¿Se te olvida que eres solo una puta en mi vida? ¿Qué derecho tienes a contradecir mi palabra?
Al final ninguno de los dos arregló el desorden. Valentina se fue a la universidad y Javier al trabajo.
A la hora de salida Javier fue por ella. Valentina no se lo esperaba, ya que, nunca lo había hecho. Ya estaba claro que nadie debía verlos juntos porque le causarían muchas decepciones.
—Valentina. Que dices si te unes a nosotros para ir al restaurante—. Propuso un compañero de clase, él, sin ninguna mala intención se acercó a ella y cruzó el brazo por el hombro.
—De acuerdo, vamos—. Respondió Valentina. —“No me caerá nada mal salir a divertirme con ellos” dijo en su mente.
A lo lejos, un furioso Javier observaba la escena. El grupo de amigos se subió en una camioneta y se marcharon. Javier fue detrás de ellos y también entró en el restaurante, pero lo hizo minutos después de ellos, procurando que ya estuvieran instalados.
Decidió no intervenir. Aunque al inicio su intención era hacerles saber a esos muchachos que la chica era su mujer y nadie se le podía acercar. Pero prefirió no hacer escándalos que al final lo perjudicarían a él como empresario. Salió con discreción para no ser descubierto y volvió al auto.
—¿Dónde estás?— Preguntó al llamarla por teléfono.
—En la universidad, aun no salgo de clases—. Mintió.
Javier movió su cabeza de lado a lado para liberar su enojo. Los huesos traquearon y se sintió mejor, aunque la sangre en sus venas hervía.
—Está bien. Iré por ti en un par de minutos.
—No. no vengas.
Ella se puso nerviosa.
—¿Por qué no?
—Es que…
—Está bien. Nos vemos en casa por la noche.
Valentina suspiró con tranquilidad. Los compañeros preguntaron que si había algún problema y ella dijo que su hermano mayor solo estaba preocupado por ella.
Sin imaginar que en casa, aquella fiera se adelantaría y la estaría esperando… y no precisamente para darle la bienvenida.