El día tan esperado llegó. Valentina no lo sabía, pero Javier sí. Se habían puesto de acuerdo con los trillizos y con el pequeño Gabriel para entretener a su madre antes de entrar en la institución.
—Mamá. Sé que siempre me has pedido que me porte bien y que mis notas sean excelentes.
Te juro que lo he cumplido.
No te he defraudado y nunca te defraudaré. Pero, a cambio de esa felicidad que yo te doy con mis notas que te hacen sentir orgullosa, quiero pedirte que regales un helado.
—Está bien, corazón. Al salir de la reunión te llevaré a comerlo—. Dijo su madre.
—No. Quiero que sea en este momento.
Aún tenemos veinte minutos antes de que la reunión comience.
Isabel accedió al pedido de su hijo, sin embargo; apenas habían dado unos cuantos pasos cuando Gabriel se detuvo como señal para que Cristian saliera del auto.
—Mamá, lo siento mucho, te he engañado, perdóname. No quiero un helado, solo quiero que hables con este hombre.
Isabel se asustó. Volteó a ver de inmediato y vaya la sorpre