CAPÍTULO 17 — Bajo la misma estrella
Tao había terminado su turno de patrulla en los extremos del territorio Rukawe. El aire fresco de la montaña le despejaba la mente, pero no lo suficiente para apagar la ansiedad que lo perseguía desde el amanecer.
Todo el día había estado pensando en ella.
En cómo la había visto por la mañana, en la preocupación de sus ojos cuando curioseaba por los alrededores, en la forma en que su voz —suave, incierta— lo alcanzaba incluso cuando no estaba cerca. No podía evitarlo. Cada pensamiento regresaba siempre al mismo lugar: Kerana.
Y sin darse cuenta, sus pies lo llevaron hacia el lago.
El mismo lago donde la había encontrado por primera vez.
El mismo sitio donde todo había comenzado.
La vio desde la distancia, de espaldas, mirando el reflejo del cielo sobre el agua. Su cabello se movía al ritmo del viento, y la tenue luz de la luna dibujaba destellos plateados en cada hebra. Parecía parte del paisaje, una figura que no pertenecía al mundo humano.
Tao se