CAPÍTULO 12 – Voces en la montaña
Tao llevaba horas caminando, sin rumbo definido, con el cuerpo tenso y la mente saturada. El eco de las palabras de su padre seguía persiguiéndolo como un látigo invisible. No había dormido en toda la noche; su castigo había sido justo, sí, pero no por eso menos doloroso. No soportaba haber decepcionado a Iker. Sin embargo, lo que más lo atormentaba no era la desobediencia, sino la certeza de que el motivo real del enojo era Kerana.
Su padre no la quería cerca. Y aunque nadie lo decía en voz alta, Tao lo había sentido en los pensamientos de todos. “La forastera… la que altera el equilibrio… la que no pertenece”. Eran murmullos que se colaban en su mente sin permiso. A veces deseaba no tener ese don.
Se detuvo al borde de una peña y se dejó caer sobre una roca. Desde allí, el valle se extendía como un manto verde entre las montañas. El aire era limpio, y el silencio —ese silencio sin pensamientos ajenos— era un alivio que pocas veces podía permitirse.