La recuperación de Valeria fue lenta pero constante. Los días en el apartamento de Marco se convirtieron en una rutina de tranquilidad forzada, de citas médicas de seguimiento y de cuidados meticulosos. La infección había cedido, pero el susto había dejado una huella profunda en ambos, un recordatorio cruel de cuán frágil era la felicidad que estaban construyendo.
Fue en una de esas tardes tranquilas, con Valeria reposando en el sofá y Marco trabajando en su laptop a su lado, cuando sonó el timbre. Era Elena. Llevaba una caja pequeña y sencilla de madera en las manos, y una determinación serena en el rostro.
—Hay algo que me faltó darles —dijo, dirigiéndose a Valeria con una suavidad que no era común en ella—. Algo que siempre debió ser de ustedes en especial para ti cariño.
Se sentó frente a ellos y abrió la caja. Dentro, sobre un terciopelo desgastado, descansaba un estetoscopio antiguo, de metal oscuro y con auriculares de ébano. Al lado, una carta amarillenta por el tiempo, doblad