La mañana siguiente a la fiesta llegó con una luz suave que se filtraba por las persianas del apartamento de Marco. Valeria despertó primero, el peso del brazo de Marco sobre su cintura, su respiración profunda y regular en su nuca. Por un instante, todo era perfecto.
Luego, la ola de náuseas llegó como un maremoto, brutal e inesperada.
Se liberó de su abrazo y corrió hacia el baño, apenas llegando a tiempo antes de que las arcadas violentas sacudieran su cuerpo. No eran las náuseas matutinas suaves de los relatos; eran convulsivas, agotadoras, dejándola temblorosa y pálida arrodillada sobre las frías losas.
Marco estaba a su lado en un instante, arrodillándose tras ella, sujetando su frente con una mano mientras con la otra le apartaba el cabello de la cara.
—Shhh, ya pasó, ya pasó —murmuró, su voz ronca de sueño pero cargada de una preocupación inmediata y profunda.
—No pasa —logró jadear Valeria entre espasmos, las lágrimas de esfuerzo corriendo por sus mejillas—. Esto... esto no e