El corazón de Marianna latía con fuerza contra sus costillas, pero no era por miedo, era por una determinación feroz que creía olvidada. Se ajustó la chaqueta, tomó aire y, ante las puertas corredizas de vidrio de la Clínica Mendoza, se transformó.
La hermana preocupada y serena se desvaneció. En su lugar emergió una mujer enloquecida por el dolor y la rabia. —¡Es una asesina! —gritó, señalando con un dedo tembloroso hacia el interior del edificio, su voz quebrándose en el punto justo de desesperación—. ¡Esa mujer, Valeria Mendoza, quiere matar a mi hermana! ¡La Clínica Mendoza encubre negligencias! ¡Mi hermana se está muriendo ahí adentro y no me dicen nada!
El caos estalló instantáneamente. Los flashes cegaron, los videos comenzaron a transmitirse en vivo. Fernando apareció en minutos, con una máscara de preocupación paternal. Puso un brazo sobre los hombros de una Valeria visiblemente afectada quien, para apagar el fuego, había acudido al lugar y comenzó a hablar de "errores trágic