La puerta de la suite se cerró tras Álvaro con un golpe seco que resonó en el corazón de Marianna. Sus palabras —"¿Qué vas a hacer?"— aún colgaban en el aire como un desafío. Y ella había tomado una decisión en una fracción de segundo.
—¡Antonio! —llamó, saliendo corriendo tras Álvaro. El anestesiólogo apareció de inmediato, alertado por su tono de voz. —¿Qué pasa? —¡Quédese con mi hermana! —le ordenó, sin detenerse—. ¡No deje que entre nadie! ¡Absolutamente nadie! Antonio asintió con solemnidad, entendiendo la gravedad implícita. —¡Vaya! ¡Yo me encargo aquí!
Marianna no esperó a escuchar más. Corrió por el pasillo hacia las escaleras de servicio, ignorando los ascensores demasiado lentos. Sus tacones repiquetearon contra el hormigón de la escalera de emergencia mientras bajaba los tramos de dos en dos, impulsada por una adrenalina que no sentía desde hacía años. Su objetivo era una sola cosa: alcanzar a Álvaro en el estacionamiento.
Logró llegar justo cuando él abría la puerta de su