La decisión de no guardar más secretos les había dado una paz frágil. Pero Fernando, acorralado y viendo cómo su imperio se resquebrajaba, necesitaba un golpe maestro. Un mensaje que resonara en el sanctasanctórum de sus enemigos: el quirófano. Y quién mejor para enviarlo que contra la arquitecta de ese santuario, Laura.
Ella caminaba con determinación por el estacionamiento, su mente ya en los siguientes turnos que debía coordinar. No vio al hombre emerger de entre los vehículos hasta que fue demasiado tarde. No era un matón con una barra. Era una silueta delgada, vestida de negro, moviéndose con la precisión escalofriante de quien conoce la anatomía humana.
—Un mensaje del Jefe Supremo —susurró la voz, fría como el acero quirúrgico.
Laura ni siquiera tuvo tiempo de gritar. El hombre esquivó su defensa instintiva con un movimiento fluido. No hubo golpes brutales. Solo el relámpago plateado de un bisturí desechable que describió un arco preciso y letal.
La hoja no buscó una arteria ma