La noche se había adueñado del apartamento, envolviéndolos en una intimidad cargada de verdades a punto de estallar. Valeria temblaba contra el pecho de Marco, sus lágrimas silenciosas empapando su camisa. Él no apresuró el momento. Solo la sostenía, acariciando su espalda con una mano firme, anclándola a la realidad.
—Shhh… Ya está —murmuró él, su voz un rumor grave en la oscuridad—. Estoy aquí. No estás sola.
Ella aspiró profundamente y se separó lo justo para mirarlo. Sus ojos, nadando en lágrimas, reflejaban el miedo más puro.
—Tengo miedo, Marco. Un miedo que me paraliza.
—¿A Fernando?
Ella negó con violencia. —¡No! Es… es más grande que Fernando. Más permanente.
Tomó otra respiración profunda. Le tomó la mano y la guió, posándola sobre su vientre todavía plano.
—Mi cuerpo… no es solo mío ahora —susurró, y una lágrima nueva se deslizó por su mejilla—. El temblor… las náuseas… Tengo seis semanas.
Las palabras flotaron en el aire entre ellos, pesadas, irrevocables. Seis semanas. Ma